Monje Imperial

(Es probable que existan errores de tiempo, número y persona)

sábado, 9 de julio de 2011

Parece Mentira

Tú sabes cuanto te aprecio compañero, tú reconoces, y lo digo porque sé, la buena persona que soy. Yo sé que los chismes y las informaciones espurias, si no te resbalan, te rebotan. Y lo que dijeron de tú novia y de mí fueron eso, chismes, informaciones espurias, solo eso. El aprecio y respeto que le tengo a tu novia es comparable al de una hermana. Pero yo sé, intuyo, que esto está casi sobrando, porque entre amigos tan estrechos como nosotros estas aclaraciones están de más, no se justifican, no, no, para nada. Y si te explico esto compañero, es solamente porque quiero que escuches las palabras de pura compunción que brotan de mi alma. Mi alma se mortificó y desfalleció al pensar siquiera en la posibilidad de que tú creas en esos chismes. Pero ahora, al verte, al mirar en esos ojos y reconocer pura bondad y amistad, estoy mucho mas tranquilo, sí señor.

Yo vine a tu casa con ánimos de decirte eso, lo que pensaba de esos chismes. Pero ésta mañana, y tengo que decírtelo, estuve recordando nuestra época de niños, cuando éramos niños y nos contábamos todo. Obviamente pasó el tiempo y con él esa época de neta confidencia. Pero eso creo yo que se encuentra en el presupuesto de la vida y se cataloga como normal. Ahora ya somos grandes y, es cierto, últimamente ya mucho no nos vemos, pero... ¡Cuanta añoranza de aquellos tiempos compañero! Y aunque me dé un poquito de vergüenza, te confieso que nunca tuve un amigo como tú. ¿Pero qué vergüenza?; te lo podría decir a gritos y jactarme de ello; tú eres mi mejor amigo.

Creo que todo, todo, en suma, hace propicio el momento para comentarte algo. Tú de seguro que recordarás. Yo sé que lo harás y quizá hasta cierta risa te ocasione. Fue cuando tenía 8 años. Fue la Semana Santa que fui a pasar con mis parientes en Misiones. Si, si, ya sé que te recuerdas de la historia, sé que te causa algo de risa, pero, por favor te lo pido, solo escúchame compañero.

Muy raras veces recuerdo la anécdota, y cuando lo hago, automáticamente me digo imperativamente: “prohibido pensar”. Ya mucho tiempo pasó, y aunque el recuerdo ya tan fresco no se encuentra, el sólo hecho de imaginarme parajes, movimientos, sonidos de la experiencia, de ésa experiencia, simplemente me eriza la piel. Me eriza la piel y ya no vuelvo a estar contento por algún tiempo.

Ayer soñé lo que me aconteció en Misiones, ayer soñé el peor momento de mi vida. Y si ahora el solo pensarlo vagamente me ocasiona ciertos temblores en el cuerpo y en el alma; el momento que sentí cuanto lo viví, siendo aún niño, fue mil veces mas intenso. ¡Por favor compañero!; no te rías más... yo te estoy abriendo mi corazón y tú solo te ríes. Bueno, acepto tus disculpas. Prosigo. ¿Puedo?; en fin, te estaba comentando que fue en Misiones, en Semana Santa. Nos fuimos todos al campo, toda la familia. Una vez allí nos topamos con hartos parientes de todos los tamaños; chicos, medianos, bebes, grandes, abuelos y las demás edades intermedias. Pero eso no es tan importante compañero, lo que verdaderamente importa fue el momento preciso que viví. En honor a eso, y contando con tu venia compañero, recorto todos los accesorios superfluos y me adentro de lleno en lo fundamental, sí señor.

Unos parientes de mi edad y yo nos encontrábamos jugando en el campo una mañana, en una parte muy bella, por cierto. No nos encontrábamos muy lejos de la casa principal, estábamos en un lugar demasiado verde por la extensa vegetación que allí había. El día completaba sus características con un brillante sol y cierta brisa de notable frescura. Debajo de un tupido árbol nos encontrábamos todos, estábamos jugando, hablando, riéndonos, en fin; pasándola bien. Hasta que uno de mis primos, mirando por detrás de mí, gritó seriamente algo que no recuerdo bien. Todos miraron y yo también miré, girando la cabeza y el cuerpo para ello. Allí, en ese mismo momento, al mirar lo que miré, empezó la tragedia de mi vida, tragedia que hasta hoy día compañero me trastorna. ¿Sí que miré? Pues bien, te lo diré. Como a unos quince metros se acercaba a nosotros, rápida, terroríficamente, un enorme toro blanco, ¡gigante espectro del mal! Se dirigía a nosotros practicando una especie de desquiciante zigzag, bamboleo que para nada hacía su viaje más lento. Venía a nosotros mugiendo, mugiendo de dolor y de rabia. Era su cuerpo inmenso, y, en la misma proporción, contaba con una enorme cabeza. La cabeza también era blanca, pero de la base de sus altísimos cuernos brotaba harta sangre que al final se desparramaba por toda su cara. Alguien, no sé quién, gritó: ¡a los árboles!, ¡a los árboles! Desesperado, temblando de miedo, me propuse subir a un árbol, cuando, con estupor descubrí que ya todos los árboles cercanos se hallaban ocupados por parientes más ágiles y rápidos que yo. Ya no había lugar. Llorando de terror miré nuevamente al terrorífico toro; ya se encontraba muy cerca y se dirigía, con ojos de asesino, a mí. Los gritos que me proferían mis parientes desde sus escondrijos aéreos se mezclaban con el sonido aterrador que brotaba del toro infernal. ¡Corre!, ¡huye!, ¡escápate!, escuchaba desde lo alto de los árboles, mientras yo, como hipnotizado, miraba avanzar raudamente hacía mí al animal. Algo me despertó y sin titubear emprendí una veloz carrera intentando escapar de una muerte segura. Yo continuaba llorando, como si ese llanto fuese una manera de disuadir al toro de envestirme, de cornearme. Los gritos seguían, pero ya se extinguían poco a poco, mientras que el mugido infernal del toro cada vez se sentía más. En mi frente divise a un arbolito, ya único por la zona, que podría servirme de refugio. Ese arbolito fue mi meta. A él me dirigía. Yo tenía miedo de mirar atrás, y no miré. Yo sabía que cerca, muy cerca ya el animal de mí se encontraba, pues amen de escuchar sus lamentos, yo ya escuchaba también los ruidos que sus pasos producían. Llegué al arbolito y a él rápidamente, sin ninguna técnica especial, me subí. La premura de mi maniobra hizo que me golpeé con la dureza del arbolito. Yo siempre llorando. El toro siempre mugiendo, cada vez más fuerte, mas desesperado. Ya en el arbolito comprendí que cuanto más alto mejor, comprendí que a esa altura nada aún era seguro. Paralelamente a mis acciones sentí que el toro frenó e intentó clavarme sus cuernos. También sentía que el endeble arbolito temblaba y se agitaba, pues el toro lo empujaba con sus cuernos, con su cabeza, con todo su cuerpo. La desesperación del momento me indujo a mirar al toro. Volteé y lo vi. Sentí terror, pues estaba exageradamente cerca. El toro era enorme, gigante si se quiere, con unos ojos que impresionarían al mismísimo Lucifer. La sangre que emanaba de los cuernos producía un aterrador contraste con el blanco del toro. Abría su boca con la intención de morderme los pies, yo los sacaba, los escondía. Con mis ojos clavados al toro, y de espaldas a las ramas que me servían de apoyo, de sujeción, yo intentaba subir, palpando desprolijamente las ramas que yo usaba como peldaños. De esa manera no se podía, y es por ello que di vuelta y rápidamente encontré las ramas necesarias y subí más alto. En esos momentos compañero, yo sentía que el mundo se acababa, se terminaba para mí... es difícil explicarte la sensación de terror, de desesperación, de un miedo que jamás, hasta hoy día, experimenté. Yo compañero te comento solamente mis acciones, pero si verdaderamente quieres dimensionar el momento, te pido que imagines mis gritos y mis llantos, imagínate mis ojos, imagínate los temblores que acompañaban a cada acción y tal vez puedas comprenderme... tal vez... aunque lo dudo. En fin, yo prosigo. Cuando ya fuera de su alcance me encontraba, pues sabía que el toro no podría trepar, vi con espanto que el toro, apenas impulsado con sus patas traseras, levantó su cuerpo y se paró, se mantuvo erguido como una persona y al fin puso sus dos patas delanteras en el arbolito. Eso sinceramente me desquició, me descontroló y me alucinó. Gritando y llorando espantosamente traté de escapar subiendo lo más alto que podía, y cuando me encontraba allí, en la copa del arbolito, sentí que el debilucho arbolito se doblaba por mi peso y empezaba a bajar, a caer. Me mantuve con los ojos cerrados. Yo parecía una cigarra que se aferraba a una rama, pues nada, ni siquiera el saber que estaba descendiendo, me hizo soltar a la misma. Pero cuando sentí que mi piel tocó los pelos del toro, cuando sentí que ya al alcance del mismo me encontraba, solté automáticamente la rama que me atajaba y caí, caí por el toro, ¡encima del toro, compañero!. El golpe no fue duro, el golpe no me desmayó, lo que me desmayó fue el susto, el miedo, el terror.

Cuando por fin abrí los ojos me encontraba en la casa principal. En mi alrededor estaban todos, todos los adultos, menos mis compañeros de aventura. Todos los circunstantes me miraban con aspecto preocupado. En sus semblantes había tintes de intriga, de curiosidad. Grande fue mi sorpresa y también grande la satisfacción que sentí al descubrir que sólo tenía algunas magulladuras en el cuerpo. Algo confuso aún, pregunté qué pasó del infernal toro blanco, cómo no me corneó, cómo no me mordió, en fin, cómo me salve de la muerte. Entre risas y amonestaciones descubrí que mis primos no dieron crédito a lo acontecido, es más, dijeron que solo me había caído de un árbol. No, no, no puede ser, les decía yo, era imposible. Les comenté lo que realmente había sucedido y nada. Nadie me creía. Pero era imposible, ¡es imposible!, todo lo que viví realmente aconteció, estoy seguro de ello.

Ese mismo día me entrevisté con mis primos, primos que se escaparon del toro blanco subiéndose a los árboles. Con indiferencia, casi con desprecio, lo negaron todo. A mí nada, absolutamente nada me hizo siquiera dudar de lo que verdaderamente pasó. Lo más probable era que ellos, por algún mecanismo misterioso, lo hubieran borrado todo de sus mentes.

Y hasta hoy día compañero estoy con esa creencia. Hasta hoy creo en ese misterioso toro blanco que un día casi me mata del susto. Hasta hoy... ¡hey!, !hey!... ¿qué pasa?, ¿qué pasa compañero?... ¿porqué te ríes?, ¿porqué te burlas? Yo pensé que nuestra amistad censuraría y cortaría de raíz todo tipo de burla, ¡hey!, !hey!... ¡suspende la risa!, ¡respétame compañero!... por favor te lo pido. Así está mejor, mucho mejor. Prosigo con mi relato entonces... ¿qué?, ¿no quieres que prosiga?... ¿y por qué?, ¿qué pasa compañero?, dime, justifícate, fundamenta el motivo por el que tú ya no quieres que prosiga mi relato ¿Qué? ¿Cómo? ¿Todo fue una mentira?; ¡Imposible!, ¡no puede ser! ¿Me dices que mis primos idearon todo?, ¡Imposible!, ¡es increíble lo que me anuncias! ¿Era un toro de mentira?, ¡es inaudito!, ¿lo hicieron para asustarme, y como me accidenté decidieron callar, ocultar la broma, para no ser reprendidos por los mayores?... ¡Qué tonto fui!, huuu... ¡mil veces tonto! Y tú lo sabías... siempre lo supiste compañero y nunca me lo dijiste... ¡que asco!.

Estas no son lágrimas compañero... no, no. Estas son la materialización de mi decepción. Estos líquidos significan años de dolor, años de miedo que hoy, al saber la verdad, están saliendo de mi alma para dejarme vivir tranquilo. Te sigues riendo pero ya no me importa. Creo que tengo que agradecértelo. Por fin descubrí la verdad y eso es algo positivo, es saludable sin dudas. Soy de la opinión de que todos debemos agradecer las cosas que se nos revelan. Sabrás compañero que aunque duela, es importante saber la verdad. ¿Qué si te guardo rencor?... no, para nada, estoy agradecido compañero; ¡muchas gracias compañerito! Solo que ahora, que la sinceridad tanto abunda, yo también me veo obligado a ser tan buen amigo como tú y develarte un gran secreto. No me mires así compañero, no lo hagas. Yo sé que después de todo me lo agradecerás y me apreciaras como yo te aprecio ahora. No te pongas nervioso compañero, no es para tanto. ¡Hey!, no me zarandees, te lo voy a decir al rato, pero cálmate. Bueno, este..., yo..., cuando..., he..., yo tuve relaciones sexuales con tu novia compañero, de hecho que ayer estuvimos juntos, aquí, justo aquí fue compañero, es más, en ese mismo asiento, en el que tú estas ahora, hicimos el amor, ¡pero no te preocupes!..., yo mismo me encargue de limpiar los resquicios del romance. ¡Cuidado!, te vas a romper el cuello, ¡no tiembles tanto compañero!, ¡háblame!, ¡di algo!, pareces loco compañero. ¿Lloras?; ¡exagerado!; no es para tanto. El conocer algo tan importante te debería poner contento compañero, así, como yo estoy ahora; ¡contentísimo! Pero bueno... ya tengo que irme compañero. Creo que ésta visita fue muy fructífera. Chau... ¡ha!, y por cierto... ¡qué lindo lunar el que tu novia tiene en la nalga!..., parece de mentira.

lunes, 28 de noviembre de 2005 18:47
THE END

No hay comentarios:

Publicar un comentario