Tú sabes cuanto te aprecio compañero, tú reconoces, y lo digo porque sé, la buena persona que soy. Yo sé que los chismes y las informaciones espurias, si no te resbalan, te rebotan. Y lo que dijeron de tú novia y de mí fueron eso, chismes, informaciones espurias, solo eso. El aprecio y respeto que le tengo a tu novia es comparable al de una hermana. Pero yo sé, intuyo, que esto está casi sobrando, porque entre amigos tan estrechos como nosotros estas aclaraciones están de más, no se justifican, no, no, para nada. Y si te explico esto compañero, es solamente porque quiero que escuches las palabras de pura compunción que brotan de mi alma. Mi alma se mortificó y desfalleció al pensar siquiera en la posibilidad de que tú creas en esos chismes. Pero ahora, al verte, al mirar en esos ojos y reconocer pura bondad y amistad, estoy mucho mas tranquilo, sí señor.
Yo vine a tu casa con ánimos de decirte eso, lo que pensaba de esos chismes. Pero ésta mañana, y tengo que decírtelo, estuve recordando nuestra época de niños, cuando éramos niños y nos contábamos todo. Obviamente pasó el tiempo y con él esa época de neta confidencia. Pero eso creo yo que se encuentra en el presupuesto de la vida y se cataloga como normal. Ahora ya somos grandes y, es cierto, últimamente ya mucho no nos vemos, pero... ¡Cuanta añoranza de aquellos tiempos compañero! Y aunque me dé un poquito de vergüenza, te confieso que nunca tuve un amigo como tú. ¿Pero qué vergüenza?; te lo podría decir a gritos y jactarme de ello; tú eres mi mejor amigo.
Creo que todo, todo, en suma, hace propicio el momento para comentarte algo. Tú de seguro que recordarás. Yo sé que lo harás y quizá hasta cierta risa te ocasione. Fue cuando tenía 8 años. Fue la Semana Santa que fui a pasar con mis parientes en Misiones. Si, si, ya sé que te recuerdas de la historia, sé que te causa algo de risa, pero, por favor te lo pido, solo escúchame compañero.
Muy raras veces recuerdo la anécdota, y cuando lo hago, automáticamente me digo imperativamente: “prohibido pensar”. Ya mucho tiempo pasó, y aunque el recuerdo ya tan fresco no se encuentra, el sólo hecho de imaginarme parajes, movimientos, sonidos de la experiencia, de ésa experiencia, simplemente me eriza la piel. Me eriza la piel y ya no vuelvo a estar contento por algún tiempo.
Ayer soñé lo que me aconteció en Misiones, ayer soñé el peor momento de mi vida. Y si ahora el solo pensarlo vagamente me ocasiona ciertos temblores en el cuerpo y en el alma; el momento que sentí cuanto lo viví, siendo aún niño, fue mil veces mas intenso. ¡Por favor compañero!; no te rías más... yo te estoy abriendo mi corazón y tú solo te ríes. Bueno, acepto tus disculpas. Prosigo. ¿Puedo?; en fin, te estaba comentando que fue en Misiones, en Semana Santa. Nos fuimos todos al campo, toda la familia. Una vez allí nos topamos con hartos parientes de todos los tamaños; chicos, medianos, bebes, grandes, abuelos y las demás edades intermedias. Pero eso no es tan importante compañero, lo que verdaderamente importa fue el momento preciso que viví. En honor a eso, y contando con tu venia compañero, recorto todos los accesorios superfluos y me adentro de lleno en lo fundamental, sí señor.

Cuando por fin abrí los ojos me encontraba en la casa principal. En mi alrededor estaban todos, todos los adultos, menos mis compañeros de aventura. Todos los circunstantes me miraban con aspecto preocupado. En sus semblantes había tintes de intriga, de curiosidad. Grande fue mi sorpresa y también grande la satisfacción que sentí al descubrir que sólo tenía algunas magulladuras en el cuerpo. Algo confuso aún, pregunté qué pasó del infernal toro blanco, cómo no me corneó, cómo no me mordió, en fin, cómo me salve de la muerte. Entre risas y amonestaciones descubrí que mis primos no dieron crédito a lo acontecido, es más, dijeron que solo me había caído de un árbol. No, no, no puede ser, les decía yo, era imposible. Les comenté lo que realmente había sucedido y nada. Nadie me creía. Pero era imposible, ¡es imposible!, todo lo que viví realmente aconteció, estoy seguro de ello.
Ese mismo día me entrevisté con mis primos, primos que se escaparon del toro blanco subiéndose a los árboles. Con indiferencia, casi con desprecio, lo negaron todo. A mí nada, absolutamente nada me hizo siquiera dudar de lo que verdaderamente pasó. Lo más probable era que ellos, por algún mecanismo misterioso, lo hubieran borrado todo de sus mentes.
Y hasta hoy día compañero estoy con esa creencia. Hasta hoy creo en ese misterioso toro blanco que un día casi me mata del susto. Hasta hoy... ¡hey!, !hey!... ¿qué pasa?, ¿qué pasa compañero?... ¿porqué te ríes?, ¿porqué te burlas? Yo pensé que nuestra amistad censuraría y cortaría de raíz todo tipo de burla, ¡hey!, !hey!... ¡suspende la risa!, ¡respétame compañero!... por favor te lo pido. Así está mejor, mucho mejor. Prosigo con mi relato entonces... ¿qué?, ¿no quieres que prosiga?... ¿y por qué?, ¿qué pasa compañero?, dime, justifícate, fundamenta el motivo por el que tú ya no quieres que prosiga mi relato ¿Qué? ¿Cómo? ¿Todo fue una mentira?; ¡Imposible!, ¡no puede ser! ¿Me dices que mis primos idearon todo?, ¡Imposible!, ¡es increíble lo que me anuncias! ¿Era un toro de mentira?, ¡es inaudito!, ¿lo hicieron para asustarme, y como me accidenté decidieron callar, ocultar la broma, para no ser reprendidos por los mayores?... ¡Qué tonto fui!, huuu... ¡mil veces tonto! Y tú lo sabías... siempre lo supiste compañero y nunca me lo dijiste... ¡que asco!.
Estas no son lágrimas compañero... no, no. Estas son la materialización de mi decepción. Estos líquidos significan años de dolor, años de miedo que hoy, al saber la verdad, están saliendo de mi alma para dejarme vivir tranquilo. Te sigues riendo pero ya no me importa. Creo que tengo que agradecértelo. Por fin descubrí la verdad y eso es algo positivo, es saludable sin dudas. Soy de la opinión de que todos debemos agradecer las cosas que se nos revelan. Sabrás compañero que aunque duela, es importante saber la verdad. ¿Qué si te guardo rencor?... no, para nada, estoy agradecido compañero; ¡muchas gracias compañerito! Solo que ahora, que la sinceridad tanto abunda, yo también me veo obligado a ser tan buen amigo como tú y develarte un gran secreto. No me mires así compañero, no lo hagas. Yo sé que después de todo me lo agradecerás y me apreciaras como yo te aprecio ahora. No te pongas nervioso compañero, no es para tanto. ¡Hey!, no me zarandees, te lo voy a decir al rato, pero cálmate. Bueno, este..., yo..., cuando..., he..., yo tuve relaciones sexuales con tu novia compañero, de hecho que ayer estuvimos juntos, aquí, justo aquí fue compañero, es más, en ese mismo asiento, en el que tú estas ahora, hicimos el amor, ¡pero no te preocupes!..., yo mismo me encargue de limpiar los resquicios del romance. ¡Cuidado!, te vas a romper el cuello, ¡no tiembles tanto compañero!, ¡háblame!, ¡di algo!, pareces loco compañero. ¿Lloras?; ¡exagerado!; no es para tanto. El conocer algo tan importante te debería poner contento compañero, así, como yo estoy ahora; ¡contentísimo! Pero bueno... ya tengo que irme compañero. Creo que ésta visita fue muy fructífera. Chau... ¡ha!, y por cierto... ¡qué lindo lunar el que tu novia tiene en la nalga!..., parece de mentira.
lunes, 28 de noviembre de 2005 18:47
THE END
No hay comentarios:
Publicar un comentario