Dos señoritas, primas las dos, hablando en una madrugada muy fría, esperando que les llegue el sueño.
MATILDE: Fue muy interesante tu historia prima, pero me permito asegurar que la que te voy a narrar a continuación la superará enormemente.
CAACUPÉ: Eso sí que me parece poco probable, pero en fin, me gustaría escuchar tu historia prima, aunque sólo sea para pasar el tiempo.
MATILDE: Mi vecino Horacio tiene un compañero de estudios que se llama Anselmo. Anselmo es el sobrino de Alberto, y Alberto, a quien yo no conozco, es el protagonista de esta historia. Alberto tenía una novia que se llamaba Estela Marys. Los dos se querían mucho, es más, estaban por casarse.
No pasaba una semana sin que Alberto le escribiera un poema de amor a Estela Marys, le escribía poemas pero nunca se los daba, él los guardaba y le decía que el día en que se casen, cuando por fin sean marido y mujer, él se los leería todos juntos. Para escribir los poemas él utilizaba una antiquísima máquina de escribir, máquina de escribir que perteneció al padre de Alberto, o sea, al abuelo de Anselmo.
CAACUPÉ: ¿Anselmo?, ¿Quién era Anselmo prima?
MATILDE: ¡Hay prima!, Anselmo era el compañero de estudios de mi vecino Horacio, ahora te pido que no me interrumpas más. Alberto escribía sus poemas y cuando los terminaba los guardaba dentro de un libro. Estela Marys le rogaba que se los leyese, le rogaba día tras día, a lo cual siempre recibía una cariñosa negación de parte de su prometido. – No mi amor, el día de nuestra boda te los leo, el día de nuestra boda será – decía Alberto.
Pasó algún tiempo y los dos novios ya habían fijado fecha para el gran día. Ya muy próximo el casamiento se encontraba, pero Estela Marys no sesgaba en sus súplicas, y Alberto siempre decía – El día de nuestra boda mi amor, ese día te los leo todos juntos – Los preparativos eran intensos, y como Alberto se pasaba gran parte del día y de la noche escribiendo sus poemas, Estela Marys tenía que andar de aquí para allá cuidando los detalles de la organización de la boda.
Unos días antes de la boda, un día en que llovió muchísimo, Estela Marys fue a la casa de la modista para probarse su vestido de novias. La modista de Estela Marys se llamaba Kuim Sotomiki, la señora era de nacionalidad japonesa. Muy contenta quedó Estela Marys con su vestido de novias, le gustó muchísimo. Pero tenía que volver para atender otros asuntos, por lo cual se despidió de Kuim y, al llegar a la puerta de la casa, vio con disgusto que caían truenos y centellas del cielo. – Pero que fastidio – dijo Estela Marys – y yo que ahora tengo que irme a la casa de mi novio – La señora Kuim Sotomiki le dijo a Estela Marys que no se preocupe, que ella le prestaría un paraguas de bambú que su difunto marido le había regalado hace muchísimo tiempo, un paraguas que provenía del Japón. Después de unos instantes la señora volvió con el paraguas y se lo dio a la novia. – Muchas gracias Kuim, te lo devuelvo mañana – Y de esa manera se despidió Estela Marys de su modista.
Cuando abrió el paraguas se dio cuenta que era enorme, enorme y muy bello, muy fino y elegante. Estela Marys se dirigió de esa forma a la casa de Alberto, esquivando raudales para no mojarse. Pero unos momentos después advirtió que iba a ser mejor quitarse los zapatos, puesto que había demasiados raudales y que iba ser imposible esquivarlos todos. Se quitó los zapatos y descalza se dirigió a la casa de su prometido cuando, al querer atravesar un pequeño raudal, se hundió completamente en un disimulado pero profundo pozo y se murió ahogada.
CAACUPÉ: ¡Qué triste!
MATILDE: Y sí prima, fue muy triste, pero más triste fue cuando Alberto se enteró de lo sucedido. Unos vecinos fueron y le informaron de lo acontecido. Cuando Alberto llegó al lugar aún llovía muy fuerte. Encontró a Estela Marys a un costado del pozo asesino, y alrededor de ella a algunos vecinos. Alberto se puso en cuclillas al lado del cadáver de su amada y comenzó a llorar amargamente. Un señor que estaba allí le dijo, a manera de consuelo, que ella no sufrió tanto al morir, porque el agua que corría por esos lados era agua muy sucia, muy contaminada, y que ella por eso murió intoxicada, que es mejor que morir ahogada, hay menos sufrimiento, le dijo.
CAACUPÉ: Hay, pero que feo, cómo ese señor va a decir esas cosas.
MATILDE: Y sí prima, qué sé yo, lo dijo y punto. Lo raro y llamativo era que Estela Marys no soltó nunca el paraguas de bambú de la señora Kuim Sotomiki. Ella lo seguía agarrando con fuerzas, aún estando muerta. Alberto trató de quitárselo pero no pudo, sus dedos estaban prematuramente endurecidos, aunque no tan duros como para decir que era imposible despojarle del paraguas, lo que pasó es que Alberto no quería usar la fuerza con Estela Marys, por lo cual decidió dejarla así como estaba. Pero un vecino, el mismo que había diagnosticado la muerte de ella, sí uso la fuerza, y con ello pudo quitarle el paraguas. Al quitarle lo cerró, pues se encontraba abierto aún, y lo dejó a un costado del cadáver.
CAACUPÉ: Todo eso es muy entretenido Matilde, pero, ¡Aún no le supera a mi historia!
MATILDE: ¿Pero qué te apura prima?, acaso no te das cuenta que aún no acabé; lo bueno está por venir.
Fueron enterándose todos, se hicieron los servicios fúnebres y el día siguiente se enterró a Estela Marys, se la enterró el mismo día en que tenía que casarse. En cuanto a Alberto, no puedo decirte nada bueno de él. Él quedó como un fantasma, ido de este mundo, sin espíritu, sin reacción. Llevó a su casa el paraguas de bambú de la señora Kuim y lo dejó olvidado en un rincón de su habitación. Y de esa habitación ya no salió él, apenas para irse al baño, apenas para comer algo. Sus hermanos, sus padres, hasta Anselmo, todos le golpeaban la puerta y le insistían a que salga, a que tome algo de aire puro, a que se distraiga, pero nada, solo el tic, tic y tic de su máquina de escribir se escuchaba adentro. Alberto como nunca se sumergió en el mundo de la poesía, escribía tantas veces como respiraba.
Pasaron una o dos semanas y por fin Alberto se propuso salir de nuevo. Fue un día en que llovía mucho, igual al día en que murió su Estela Marys. Flaco y pálido se lo vio, su cuerpo cadavérico y demacrado advertía que se estaba muriendo. Estaba con el traje negro que iba a usar el día de su boda. Éste le quedaba exageradamente grande, pues, como te dije antes, su cuerpo no era el mismo que el de hace algunas semanas atrás. Nadie le dijo nada, nadie sabía qué decir, de igual forma todos sabían que él no iba a decir nada. En sus manos tenía el paraguas de bambú de la señora Kuim, lo abrió y de esa forma a la calle salió. Minutos después Alberto se encontraba en el mismo lugar dónde Estela Marys había perdido la vida, allí, parado, mirando el profundo pozo lleno de agua. Después dio un suspiro, sonrió levemente y dio el último paso de su vida. Algunos vecinos afirman que vieron, momentos después de que el pozo haya tragado a Alberto, al paraguas elevarse con fuerza en dirección al cielo. Algunos creen, otros no, lo cierto e innegable es que del paraguas jamás se volvió a tener noticias.
CAACUPÉ: Sí Matilde, esta historia es trágica y romántica, pero no le supera a la historia que yo te conté.
MATILDE: Claro que no..., no todavía, pues aún falta que te cuente algo más.
El funeral y el entierro de Alberto se realizaron bajo la estupefacción de todos. Nadie podía creerlo, nadie comprendía los motivos que llevaron a Alberto a tomar esa tan dura decisión. Después del entierro, Anselmo, su sobrino, el compañero de mi vecino Horacio, reparó en la habitación de Alberto. Sin decirle nada a nadie intentó abrir la puerta y ésta se abrió. Entró en la habitación y descubrió que todo estaba muy desordenado; en el ambiente existía un aire viciado, olor a viejo, a desidia. Cuando se propuso salir de allí vio, junto a la antiquísima máquina de escribir, los últimos escritos de Alberto, desparramados, sin ningún orden.
De nada sirve que te cuente todo lo que decían esos muchos escritos, sólo te diré que no todos eran poemas, algunos eran relatos de lo que él experimentó después de la muerte de su novia, estando allí, sólo, confinado en su habitación. Según sus escritos, él se figuró que el paraguas de bambú de la señora Kuim le hablaba, él creía que el paraguas era Estela Marys reencarnada, él escribió que todo el paraguas estaba envuelto en la esencia de su querida novia. En sus escritos Alberto explicó lo feliz y sorprendido que quedó cuando escuchó que del interior de ese paraguas de bambú salía la voz de su novia difunta, no podía creerlo. Escribió que a través del paraguas de bambú Estela Marys le pidió que le leyera los poemas que nunca pudo leérselos en vida. Alberto, según sus propios escritos, accedió gustoso al pedido de ella y se los leyó. Y después de hacerlo, ella quiso aún más, lo quiso a él.
CAACUPÉ: Pero cómo prima, no entiendo nada... ¿era ella en realidad o era sólo la imaginación de Alberto?
MATILDE: ¡Claro que era ella!, que; ¿Acaso quieres desvirtuar mi historia? Eres envidiosa prima pero, déjame, déjame continuar.
Anselmo continuó leyendo los escritos de su tío Alberto. Los leía y no daba crédito a lo que pasó. En unos de sus escritos relataba cómo Estela Marys le insistía a que tomase la decisión de terminar con su vida. Ésta le dijo que la única forma que tenían de volverse a ver era matándose de la misma forma en que ella murió. Cuando escuchó eso, Alberto tomó el paraguas y llorando le dijo que sí, que se mataría, pues la única razón de su existencia había muerto con ella. Pero Alberto esperó a que lloviera, y mientras esperaba escribía, hablaba con ella, bailaba con ella...
CAACUPÉ: ¿Bailaba con el paraguas?
MATILDE: Por supuesto, el paraguas era Estela Marys, por eso bailaba con el paraguas, porque eran lo mismo. También se abrazaban y se besaban. Ellos se querían muchísimo prima.
Y llegó la lluvia y con ella el día de la muerte de Alberto. Lo último que escribió fue: “El amor es como un paraguas... cuando hace mal tiempo se abre y nos protege”. Después, después prima ya sabes lo que pasó. Alberto se vistió con su traje, agarró el paraguas y fue a morir, a morir como hombre, a nacer como ángel. Fin. ¿Qué te pareció Caacupé?
CAACUPÉ: Sí, definitivamente tu historia sí que fue interesante prima, pero ahora es tiempo de dormir.
MATILDE: Apruebo y aplaudo tu parecer querida prima. Te deseo muy buenas noches y preciosos sueños.
CAACUPÉ: Buenas noches y preciosos sueños para vos también prima.
Y fue de esa forma que al fin las dos señoritas pudieron dormir, y soñar, soñar con Estela Marys, con Alberto... y con el paraguas de bambú.
Diciembre 2005
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