Esta historia no tiene nada de singular, a excepción del hecho innegable e incontrovertible de que uno de los protagonistas es un alazán, cosa por supuesto tampoco nada singular, a excepción de la única y la mar especial característica de que éste alazán habla como nosotros.
En el pueblo de San Juan, en Misiones, lentamente un viejo y marchito alazán era conducido por el Doctor Prieto, que a la sazón iba caminando junto a él, animándole, rozándole de tanto en tanto dulcemente para darle fuerzas. El alazán se llamaba Pruebero, y aunque los años que vivió fueron muy felices, en su largo rostro ya se dibujaba, lentamente, a cada paso que daba, la silueta de la inmisericorde muerte. Tranquilo Pruebero, tranquilo, le decía el Doctor Prieto mientras le acariciaba el rostro, tranquilo papá.
Pruebero lo miró con ojos cansados, y ya estaba demasiado débil como para corresponder el gesto, pero igual así trató de levantar la mirada y así lo hizo, y ambas miradas entonces se reconocieron en la eternidad de toda una vida.
El Doctor Prieto haciendo un gesto que denotaba compasión pero al mismo tiempo esperanza, lo dejó frente mismo del consultorio del veterinario, diciéndole que lo esperara allí, que él iría a traer al veterinario, y con él a la cura de su enfermedad. Pruebero entonces, que cada vez parecía más débil, a su vez le dijo: Te espero aquí, pero no me mientas más, vos sabes que mi ancianidad no es ninguna enfermedad, pero andá, yo te espero aquí papá.
El Doctor Prieto subió una escalera de cinco peldaños y se dirigió a la puerta del consultorio. Una vez allí golpeó tres veces la puerta y luego de unos cuantos segundos la puerta se abrió, y del interior de la casa vio al veterinario de cuerpo entero que con una sonrisa le daba la bienvenida.
El Doctor Prieto, sin perder mucho tiempo en los saludos de rigor, fue al grano y expresó la preocupación que traía consigo, y que consistía en el estado de salud de su alazán. El veterinario conocía perfectamente bien a Pruebero, de hecho él fue el encargado de traerlo a este mundo, es decir, él estuvo en el momento del parto por si algo se presentaba.
Inmediatamente ambos hermanos, (porque eran hermanos) se dirigieron donde Pruebero y lo encontraron tirado en el suelo, en la roja tierra de San Juan Misiones, respirando con evidente dificultad.
Fue el Doctor Prieto el que, luego de saltar los cinco escalones de la escalera llegó primero a él. El veterinario llegó unos segundos después, aunque también muy rápidamente. Entonces, mientras ambos galenos, (uno de hombres el otro de animales) lo auscultaban, Pruebero, ya resignado a su suerte y sin fuerzas, a excepción de una pequeña energía que sólo daría para emitir unas cuantas palabras a manera de despedida, dijo, indiferente a los procedimientos que en torno a él se daban; que toda su vida vivió bien, feliz, y desconoció por completo los malos tratos, y que quería que lo dejarán morir en paz, que no alargaran su vida, que él decía ya había culminado.
El veterinario, con el rostro empapado de una silente correntada de lagrimas, le dijo a Pruebero que no se de por vencido, mientras que el Doctor Prieto lloraba con amargura sin la posibilidad de decir algo al respecto por la impresión que le causaba la circunstancia.
Pruebero entonces, que ya se estaba extinguiendo, dijo que la vida, como la muerte, son caras de una misma moneda, y que la rueda gira siempre, y los soles jamás dejarán de seguir a las lunas, y cosas por el estilo hasta que, luego de emitir un bufido que parecía un sueño, verdaderamente dejó de existir.
Los dos hermanos lloraban en derredor de Pruebero. La gente de San Juan iba llegando poco a poco, diciendo: Murió Pruebero.
17:30, 1 de marzo de 2010. circunstancia:
Cortazar, flor marchita cortada al pedo, gafas baratas, un pen drive de Itapua no volverá jamás, cheques sin cobrar, el cigarrillo
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