Monje Imperial

(Es probable que existan errores de tiempo, número y persona)

viernes, 26 de agosto de 2011

Los Suicidios

Metérse un tiro en la cabeza. Cómo no sentirse tentado, cómo no querer metérse un tiro en la cabeza y terminar con todo; en un segundo, acabar en un segundo con todos esos años, terminar la historia, morir en un solo sonido, en una sola explosión, sintiendo por ultima vez un ligero y efímero escozor en la cabeza, y después sumirse en ese letargo, unirse al otro paisaje, ser ya parte de otra etapa, de otro mundo. Cómo no querer metérse un tiro en la cabeza; y saber qué hay después, y vivir ese después, y ya no importa el después, si bueno si malo, lo importante es saber, saber por fin, confirmar cosas, descartar otras.

Con esos argumentos Alexander Estragó trataba de convencer a su amigo, Lectorcito Ruiz, de que se suicide. Alexander quería con toda el alma que su amigo Lectorcito se suicide, no que muera simplemente, sino que él mismo se mate.

Lectorcito no dejaba de escuchar a su buen amigo, viéndolo de tanto en tanto, asintiendo con la cabeza, escuchando, comprendiendo las razones del buen Alexander. Alexander tenía tan buenos argumentos, Alexander sabía convencer a la gente, y lo que decía Alexander tenía que ser cierto, era Alexander, por Dios.

El alma no muere amigo, el alma perdura, y lo que verdaderamente somos es alma, y no tanto carne. Automáticamente después de apretar el gatillo tu alma abandona la prisión de tu cuerpo y se prepara para nacer de nuevo, en un bebé, en cualquier parte del mundo. Y quién te dice que después de apretar el gatillo no nazcas en los Estados Unidos, y seas el hijo del Presidente de la Nación. Eso es amigo, así de fácil, gatillo y luego ser hijo del Presidente de los Estados Unidos; chicas, autos, una vida de comodidad. Podés llegar a ser el soltero más codiciado de los Estados Unidos. Cómo no metérse un tiro en la cabeza entonces. Qué envidia te tengo amigo, si yo pudiera matarme, que envidia.

Lectorcito estaba entusiasmado, la idea de las chicas, de los autos y de una vida de pura comodidad le estaba gustando. Quería como loco ser hijo del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Alexander notó de reojo cómo su amigo se entusiasmaba, pero no se detuvo en la relación de sus argumentos, sino todo lo contrario; empezó con otros aún más convincentes.

Algunos creen que matarse con un disparo es doloroso. Pero yo te digo amigo que una bala el la cabeza produce una especie de orgasmo, y es sin duda una de las mejores maneras de morirse. Qué suerte tenés vos Lectorcito, y pensar que ni te vas a acordar de mi cuando seas hijo del Presidente de los Estados Unidos, cómo quiero estar en tu lugar...

Alexander estaba contento, feliz porque su amigo se iba a quitar la vida. Se estrecharon entonces las manos y Alexander, quitando un pañuelo que envolvía una pistola Beretta de 9 milímetros, le dijo: Ahora me voy querido amigo, vos ya sabés lo que tenés que hacer, ahora todo depende de vos; dentro del pañuelo está el arma, chau suertudo. Y Alexander amagó salir.

Lectorcito, que adoraba a su amigo Alexander, le dijo que no, que no se vaya todavía, que se quede un ratito más con él, porque ya nunca más se verían. Alexander le dijo que no se podía quedar porque tenía cosas que hacer, asuntos que atender. Lectorcito quitó la pistola y sonriendo comenzó a estudiarlo, a sopesarlo. Alexander, que también por un momento vio el arma, le volvió a reiterar a Lectorcito la insalvable necesidad que tenia de retirarse. No te podés ir Alexander, le dijo Lectorcito, tenés que quedarte, estoy por pasar a otra vida, quiero que te quedes. Pero Alexander, ya medio nervioso, temiendo que en cualquier momento su amigo se meta un tiro en su presencia, y sabiendo que eso lo podría perjudicar a él, y lo podría involucrar de alguna manera, insistió nuevamente en la ya mentada imposibilidad de permanecer más tiempo allí.

Lectorcito entonces le preguntó qué tenía que hacer en su oficina, porqué no podía dejar eso y quedarse con él. Entonces Alexander le dijo que su jefe era un negrero, un hombre cruel y despiadado que lo explotaba, y que si no acudía a la oficina, a resolver un asunto, su jefe lo iba a despedir, y él quedaría en la calle, con muchísimas cuentas que pagar, con muchísimos problemas. Una gran sonrisa se le dibujo en la cara a Lectorcito; como si se le hubiese ocurrido una brillante idea. Alexander, ante esa sonrisa, tembló.

Lectorcito, más entusiasmado que nunca, todo agitado, le dijo a Alexander que se siente, que no se apure, que él tenía una idea. Alexander no dejaba de ver la pistola en las manos de su amigo, brillando en el aire, moviéndose a la par de sus gestos entusiastas. Se sentó. Trató de calmarse, de serenarse, no dijo nada, esperó a que Lectorcito hable. Lectorcito habló. Dijo: Alexander, porqué no te metés vos también un tiro en la cabeza, y terminás con todos tus problemas; porqué no nos matamos juntos? Podemos ser hermanos en la otra vida, gemelos, hijos del Presidente de los Estados Unidos. Los dos solteros más codiciados en Estados Unidos. Chicas, autos, una vida llena de comodidad, acompañando a papá en sus giras por el mundo, visitando países ricos y pobres, y mientras papá está en sus reuniones con los lideres del mundo nosotros recorreremos las plazas, los shoopings, los lugares históricos. Siempre vamos a andar juntos, por las calles de Washinton, recorriendo la Gran Manzana, Wall Street y Berbely Hills, comprando ropa, sacándonos fotos; cómo no matarnos juntos, cómo no terminar con todos nuestros problemas, cómo no nacer de nuevo. Vamos a matarnos Alexander.

Alexander estaba aterrado. No articuló palabra. Sabía que era un momento demasiado delicado, y que las cosas que a continuación se dirían serían determinantes. Trató de calmarse y de encontrar las palabras precisas que necesitaba en ese momento. Lectorcito lo miraba, expectante, con ojos brillantes, sonriendo, con cara de maníaco.

Alexander dejó de mirar la pistola, suspiró, posó la mirada en los ojos de su amigo, suspiró, y dijo: Qué no daría yo por meterme un tiro en la cabeza amigo mío. Es lo que más quiero en este mundo, pienso en eso todo el tiempo, pero no, yo no puedo suicidarme, lastimosamente no puedo acompañarte, vas a tener que recorrer las calles de Berbely Hills sin mi. Te harán compañía las chicas más lindas de los Estados Unidos, pero yo no podré estar allí. Tenés que irte sin mi Lectorcito, vos ya estás preparado, yo todavía. Y poniéndose en pie se dirigió hacia Lectorcito, que a la sazón se mantuvo sentado, mirándolo desconfiado. Lectorcito no se paró; Alexander, agachándose, lo abrazó y le dijo con una voz algo paternal lo que sigue: Ahora debo irme, y vos tenés que empezar tu nueva vida, no pienses más en otras cosas, solamente pensá en vos, en lo feliz que vas a ser. Y dándole un beso en la frente se alejó de él, de manera solemne y compungida.

Lectorcito, con una expresión que ya denotaba desconfianza, sonriendo algo irónico, y siempre con la pistola en la mano, también se paró y le dijo a su vez: Alexander, pará un ratito, no estoy entendiendo bien. Sentáte vamos a hablar. No hay apuro. Alexander llegó a la puerta cuando Lectorcito había concluido su no hay apuro. Se quedó frente a la puerta. Quieto, dándole la espalda a Lectorcito. Luego, después de varios segundos (*), Alexander volvió tras de sí con una sonrisa supuestamente sincera y dijo esto: Tenés razón querido amigo, ya estoy preparado para irme contigo, para dejar atrás este mundo de mierda. Tenés razón, tenemos que matarnos. Y sentándose nuevamente en el lugar que le correspondía, continuó: Cómo aguantar las ganas de ser libre, de no tener que trabajar. Ya no veo la hora de apretar el gatillo, de volarme la cabeza, de sentir ese larguísimo orgasmo y despertar siendo el hijo menor del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, qué lujo!, tenemos que matarnos Lectorcito. Ya no hay que perder más tiempo.

(*) En los segundos que permaneció frente a la puerta, dando la espalda a Lectorcito, Alexander decidió el siguiente plan: Le voy a decir que también quiero suicidarme, y que quiero ser su hermano, pero su hermano menor, y para que sea así él tiene que suicidarse primero, y después, según los principios de la reencarnación, inmediatamente después me suicidaría yo.

Lectorcito, satisfecho por la coyuntura actual de las cosas, manipulando la Beretta, revisando las balas y esas cosas, le dijo sonriendo, pero sin mirarlo: Que gusto que te hayas decidido; pero qué es eso de querer ser el hermano menor, a que te referís.  A que te referís le dijo ya mirándolo.

Alexander, siempre alegre, le dijo que como muestra de aprecio él cedía esa primogenitura en favor de él, y que él se conformaba con ser el menor; le explicó que ser el hermano mayor era algo muy bueno, y más si iban a ser hijos del Presidente de los Estados Unidos. Formaba parte de la línea inmediata de sucesión prácticamente.

El peor de los miedos de Alexander se hizo realidad cuando Lectorcito, muy tajantemente le dijo: De ninguna manera voy a permitir que una persona como vos, tan buena, tan inteligente, con tantas virtudes sea el hermano menor. Tu alma corresponde al alma de un hermano mayor, la mía de hermano menor. Yo se que vos sos demasiado bueno y pensás sólo en mi, y querés lo mejor para mí; pero yo te prometo que no me importa ser el hermano menor, y que prácticamente no tiene importancia porque vamos a ser gemelos, sólo que vos vas a salir primero de la matriz de nuestra madre.

En esos momentos Alexander comprendió que había que parar la pelota, que había que ganar tiempo; era menester ensanchar el preámbulo del suicidio a dúo. Entonces Alexander, comprendiendo esa necesidad real, al instante, mirando entrañablemente a su amigo, con lagrimas en los ojos, le dijo: Muchísimas gracias querido amigo, voy a ser el mejor de los hermanos mayores, te voy a cuidar y, aunque prácticamente seamos de la misma edad, me voy a sentir muy responsable por vos, por tus cosas, y con papá y con mamá, es decir; con el Presidente y con la Primera Dama cuidaremos que no falte nada en tu vida de pura comodidad, de lujo, de autos, de chicas; las chicas más lindas de los Estados Unidos de Norteamérica van a querer salir con vos, y yo, como voy a ser el mayor, medio que voy a ser celoso de vos, y no voy a querer que salgas con cualquiera, y vos vas a querer salir con las modelos y las actrices de Hollywood y yo voy a hablar con papá para que te convenza de que no salgas. De esas cosas nuestra vida va a estar llena, de ese tipo de discusiones. Pero al final tendremos una gran vida. Ya no veo el momento de que pase.

Lectorcito escuchaba placido, magnánimo a su entrañable amigo, estaba contentísimo. Y Alexander, temiendo que su compañero propusiera iniciar ya la matanza, se paró y dijo, alzando los brazos, alegre; Esto tenemos que celebrar, decíme por favor que tenés todavía esa botella de whisky importado, ese que la otra vez estábamos tomando. Lectorcito, ingenuo, entusiasmado con la idea de tomar por última vez con su amigo, le dijo que si, que la botella la tenía en el cuarto contiguo, y metiendo la pistola en la cintura de su jeans fue a traer la mentada botella. Alexander no sabía que hacer, y tenía que ganar tiempo, pero también pensó en escapar, en aprovechar que Lectorcito no estaba y salir corriendo por la puerta. Pero en esas dudas se quedó cuando Lectorcito llegó nuevamente, con la botella de whisky y un vaso en las manos. Siempre con la pistola en la cintura, y sin dejar de reír y mostrarse alegre y complacido por todo, Lectorcito escanció el whisky en el vaso.

Viendo que otra oportunidad yacía emergente, le dijo que mejor aún estaría el whisky con un par de cubos de hielo. Pero al instante Lectorcito que le dijo que no, que no era posible, que no tenía hielo en su heladera, pero que igual así estaba bueno. Y le pasó el vaso a Alexander y este resignado lo tomó, bebiendo despacio, muy lentamente, mirado de reojo, buscando oportunidades, hilando fino. Alexander notó que su amigo se encontraba ansioso, listo, y eso le preocupo enormemente. Lectorcito no hablaba, solo sonreía, y miraba la Beretta, y miraba a Alexander, y sonreía y parecía que ya quería ver como su amigo se volaba los sesos.

Alexander tomaba el whisky aparentemente tranquilo, pero en su fuero interno se desataba el peor alboroto de ideas que jamás tuvo, de situaciones, de estratagemas. La tensión y preocupación que experimentaba en esos momentos no le ayudaban a pensar bien... y el whisky se estaba acabando, poco a poco. Lectorcito le estaba obligando a suicidarse. Qué paradoja.

Bueno, Alexander, el momento a llegado. Y Alexander, lamiendo el vaso, trató de que esa expresión no le afecte; tenía que parecer tranquilo, decidido. Entonces le dijo, dejando a un lado el vaso ya sin nada de whisky: Totalmente de acuerdo Lectorcito. Pero antes de hacerlo es preciso que sepas algo. Hay posibilidades de que no reencarnemos en los hijos del Presidente de los Estados Unidos. Puede ser, claro que si, pero también es posible que nazcamos en Somalia, en una familia bien pobre, y tengamos una vida de puro sufrimiento y tormento. A Lectorcito no le importó eso, a Lectorcito ya no le importaba nada, lo único que Lectorcito quería era que Alexander se dispare en la cabeza. Lectorcito entonces dijo: Ninguna vida futura puede ser tan mala si estamos juntos, por eso tenemos que matarnos juntos. Al pobre de Alexander se le estaban terminando las pocas ideas que en su desesperada mente podía crear.

Pero seguía tranquilo, sin demostrar el menor miedo; él creía que en eso radicaba la posibilidad de escapar ileso. Fue así entonces que de manera imperturbable y natural le dijo a Lectorcito que se dispare, que luego él haría lo mismo. Lectorcito le dijo que no, que él tenía que matarse primero, él tenía que ser el hermano mayor. Alexander rió todo alborotado, diciéndole a su amigo que no, que no funcionaba así. Lectorcito, insistió Alexander, vos tenés que matarte primero si querés ser el hermano menor, tené en cuenta que vamos a ser gemelos, y el alma que llega primero es el que se mete dentro del último bebé, del más chico. Pero si querés voy a ser yo el hermano mayor, y vos el menor, o yo el menor y vos el mayor, yo no tengo problema, lo que vos quieras. Lectorcito se tomó de la cabeza; señal inequívoca de que no entendía nada, o por lo menos le costaba mucho trabajo hacerlo. Aprovechó esa situación Alexander para proponerle a su confundido amigo cuanto sigue: Si vos querés podemos dejar para mañana el tema del suicidio, total, un día más, un día menos, da exactamente lo mismo. Pero Lectorcito estaba ansioso, demasiado ya quería ser hijo del Presidente de los Estados Unidos, o ser otro niño pobre en Somalia; ya no importaba eso, lo fundamental era que Alexander esté con él en esa vida. Lectorcito colocó el arma en su propia sien y luego cerró los ojos. Alexander contemplaba aliviado, Lectorcito estaba por matarse.

Pero Lectorcito no se mató. En vez de eso abrió nuevamente sus ojos, sonrió, miró a su amigo, le apuntó, le apuntó con la Beretta 9 milímetros que él mismo le había dado, con un brillo exótico en los ojos; la otrora cara de ingenuo de Lectorcito había cambiado radicalmente, y sus facciones adquirieron una apariencia misteriosa, astuta, sanguinaria. Alexander, que se encontraba demasiado asustado, quemó su último barco, diciendo: No, por favor Lectorcito, no te preocupes, dejá que yo mismo me mate, dame el arma, dame. Lectorcito seguía apuntando, Alexander esperaba. Lectorcito no se decidía, Alexander esperaba, esperaba que Lectorcito le de el arma para que él se mate, pero él no se mataría, él mataría a Lectorcito, él no se mataría. Parece que esa verdad saltó en algo que hizo o intentó hacer, lo cierto es que Lectorcito se dio cuenta de ello  y disparó 3 balas a la cabeza de Alexander, que instantáneamente cayó muerto al suelo.

Lectorcito, lo más natural y tranquilo posible, apuntó el arma a su cabeza, y cuando se encontraba a medio segundo de apretar el gatillo, de sentir ese orgasmo final, de terminar con todo, de terminar con la historia, de morir en un solo sonido, en una sola explosión, vio algo que le llamó la atención. Alexander yacía tirado en el suelo, la sangre brotaba de su cabeza a torrentes. Lectorcito vio que Alexander traía algo en el bolsillo del saco, pues al caer éste en el suelo, lo que traía en el bolsillo, que parecía un sobre, salió medio cuerpo de lugar donde estaba. Entonces bajó el arma y tomó lo que parecía un sobre y si, en efecto, se trataba de un sobre. El sobre estaba cerrado y no llevaba nada escrito en él. Dejó el arma sobre un buró y cuidadosamente empezó a abrir el sobre. Casi perdió el conocimiento, todo se le nubló, trastrabilló; el sobre contenía exactamente 60 mil dólares.

Lectorcito se olvidó de la promesa, de la vida después de la vida. Lectorcito cambió de opinión, Lectorcito ya no se suicidaría, aún no estaba preparado.

Sonó el timbre de la casa; era su vecina, preguntando por los disparos. Lectorcito le pidió disculpas y le dijo que él había disparado, que estaba probando un arma y no se aguantó las ganas de disparar. La vecina sonrió satisfecha. Lectorcito también. No me pregunten qué pasó con el cadáver de Alexander; lo cierto es que Lectorcito se deshizo de él sin muchos problemas.

El día siguiente Lectorcito se fue de compras. Compró una computadora, compró muebles, ropa, una heladera, zapatos, una cocina, se compró un perro de raza, se compró también una televisión pantalla gigante. Ese mismo día llamó a la empresa de televisión por cable y solicitó el servicio, pidiendo venga lo más rápido posible un técnico a instalarle el servicio. Mientras ordenaba sus nuevas pertenencias sonó el timbre de la casa; era el técnico del servicio de televisión por cable. Mientras el técnico le instalaba el servicio, Lectorcito leía el contrato que tenía que firmar. Lectorcito firmó y pagó por adelantado varios meses, dando luego una jugosa propina al técnico.

Lectorcito se acomodó en su nuevo sofá de cuero, tenia el control remoto de la televisión en la mano. A lado del sofá colocó otra nueva adquisición; una pequeña heladera, que a la sazón tenía dentro latas de cerveza, botellas de vino, quesos, chocolates, y otras muchas cosas más. Se inclinó entonces, abrió su pequeña heladera y sacó una fría lata de cerveza. Abrió la lata y tomó un trago. Esa era la nueva vida de Lectorcito: perro de raza y televisión por cable.

Encendió la televisión y comenzó a visitar todos los canales. Tomaba su fría cerveza al tiempo que cambiaba de canal. Dejó de cambiar y se quedó en CNN, una cadena internacional de noticias. Mientras tomaba su cerveza veía las noticias. De repente la presentadora informó del nacimiento del tercer hijo del Presidente de los Estados Unidos. CNN trasmitía las imágenes en vivo y en directo del niño recién nacido, aún en el hospital. Entonces la presentadora dijo: El niño nació con 4 kilos y goza de muy buena salud. El niño y la primera Dama de la Nación ya fueron dados de alta y a partir del día de hoy, continuaba el cable, el niño vivirá en Washington, en la Casa Blanca.

Lectorcito, con los ojos llenos de lágrimas, alzó su lata de cerveza y dijo, solemne, magnánimo, mirando la televisión; Salud, querido amigo.

OBS: los suicidios son malos, por favor, no intente suicidarse.

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