Monje Imperial

(Es probable que existan errores de tiempo, número y persona)

viernes, 9 de septiembre de 2011

The Jungle

Esto aconteció en una Jungla. No recuerdo el lugar exacto ni tampoco la fecha. Pero fue en una Jungla, eso si.

Soy un Cerdo un tanto viejo, un tanto huraño, un tanto feo, pero con una muy buena memoria, eso si, si señor. ¿Buena memoria?, ¡si! buena memoria. Y el hecho de que no recuerde el lugar ni la fecha no desvirtúa en lo más mínimo a mi excelsa memoria. Y es en virtud a ésta, mi muy buena memoria, que relataré la historia, de punta a punta, de mí muy querida Bestiasunidas.

Bestiasunidas es el nombre que le pusimos a nuestra Sociedad; Sociedad creada con el fin de construir una mejor jungla, una jungla más armónica, más segura. Nos juntamos todos para tal efecto; León, Caballo, Loro, Araña, Tatú, Mosquito y otros bichos de muy buen corazón. Éramos todos muy jóvenes, muy voluntariosos, muy humanos... ¿humanos...?, en fin, éramos buenos y punto. Y nos reunimos una fría noche en la jungla para organizarnos por vez primera. Creamos nuestra Carta Magna. Allí establecimos nuestros objetivos, pautamos nuestra metodología de acción y fijamos todos los detalles que harían a la Sociedad caminar correctamente. Elegimos un Presidente, un Secretario, un Tesorero y a otros animales que serían las autoridades de la Sociedad.

Debo confesar que yo quería ser el Presidente de Bestiasunidas, pero, después me dijeron que no porque supuestamente era un cochino. En fin, hice tripas corazón y no me enojé, no me enojé porque yo sabía que algún día sería Presidente. Solo tenía que ser paciente y esperar buenos vientos, esperar, esperar, esperar... En esa primera reunión también, y lo recuerdo muy bien, pensamos que sería importantísimo que alguien se encargase de sancionar a los animales que se comportasen mal o que no cumpliesen con sus respectivas obligaciones. Porque en Bestiasunidas todos, hasta la cucaracha, tenía una función. Y esa función, directa o indirectamente, tenía que apuntar hacia el logro de nuestros objetivos: construir una mejor jungla, una jungla más armónica, más segura.

Pensamos que ese órgano, encargado de velar porque exista el respeto entre todas las bestias, era fundamental para Bestiasunidas. Y es por ello que esa noche resolvimos que se crearía el Tribunal de Honor de Bestiasunidas. Y dolorosamente hoy puedo decir que el hecho de resolver no significa ni garantiza nada. Harta diferencia existe entre resolver y hacer. Esto me recuerda a lo que una vez alguien muy sabio dijo: “Una sueño sin acción es un sueño, una acción, sin un sueño, no es nada”. Hoy, siendo un cerdo viejo, huraño y feo, por fin reconozco la diferencia. Para liquidar a este lúgubre tópico señalo que no se conformó ese Tribunal de Honor. Existía con cuerpo de tinta y vivía en papeles, solo en papeles.

Prosigo con la remembranza: el Presidente electo fue la Garrapata, el Ratón quedó como Secretario y la Tesorería recayó sobre la persona del Gusano. Todos los cargos elegibles fueron cubiertos. Yo quede como AREP (Ayudante Recogedor de Espinas Peligrosas). No es la Presidencia pero algo es algo. Además, si no se recogiesen las espinas que andan esparcidas por toda la jungla, los animales andarían todos lesionados, todos tristes.

Tantos buenos recuerdos..., tantas anécdotas..., relatarlas no vienen al caso, no porque no los recuerde, todo lo contrario, ¡los recuerdo como si fueran hoy!, pero hay cositas más importantes que, obviamente, me merecen verdadera prioridad.

Entablé una muy buena relación con la Culebra. Culebra era muy carismático, muy hablador. Todo eso le mereció el puesto de Director de Relaciones Publicas. Se dedicaba a mantener buenas relaciones con junglas vecinas, organizaba asados, torneos de fútbol, etc. Culebra, Culebra... ¡que habilidoso era la Culebra! Gracias a Culebra conseguimos la primera choza para las reuniones. Culebra también gestionó las primeras remeras. Eran unas preciosas remeras de color verde que tenían impreso lo siguiente: “Bestiasunidas: la Sociedad joven y feliz”. Todo transcurría muy chévere. Y así pasaron los años.

Una mañana me disponía yo a recoger las espinas cuando el grito, espantoso grito de la Gallina me llamó la atención. – ¡Mis huevos, mis huevos! – cacareaba la Gallina. – ¿Qué te sucede nena? – le pregunté – Alguien se ha llevado mis huevos, mis grandes huevos – me respondió. Esa mañana en Bestiasunidas fue todo muy sombrío. El Código Conductual de Bestiasunidas era muy claro al respecto. En su articulo 2538 dice muy claramente: “Se considerará falta grave, muy grave, ¡gravísima! robar huevos”. El que lo hizo era un desalmado, un animal sin corazón, una sanguijuela. En efecto, todo indicaba que la Sanguijuela era la culpable. De hecho que a la Sanguijuela nadie la soportaba. Ni siquiera yo. Era fea, muy fea, ¡guacala!. Era una chupa sangre. Nuestro Excelentísimo Presidente, la Garrapata, no la perdonó. Esa misma mañana se reunió con el Ratón y con el Gusano para decidir la suerte de la infame Sanguijuela. Resolvieron sin más preámbulo desterrarla de Bestiasunidas. ¡Yupi!.

Poco a poco todo volvió al natural orden. Ya nadie hablaba del robo de huevos, ya nadie recordaba a la iconoclasta Sanguijuela. Pero Culebra, mi buen Culebra; qué nobleza, qué elegancia, qué nivel. Él era otra cosa. En Bestiasunidas lo respetábamos mucho a él. Culebra era muy correcto en su obrar, muy honesto, animal de una sola cara. Pero llegó un día que nunca podré borrar de mi mente. Fue el principio del fin y con ello empezó una verdadera enseñanza de vida.

Me encontraba platicando con un pariente; el Jabalí. Él me comentaba de una molestia que últimamente experimentaba en el colmillo izquierdo. Yo a él le refería, entre otras cosas, la preocupación que me causaba el hecho de que cada día las espinas se volvían más puntiagudas, más filosas, y que los guantes que tenía ya no me brindaban la protección adecuada. Y así hablando los dos nos dirigíamos a la choza. A pocos metros, antes de llegar, vimos una suerte de conglomeración cartilaginosa de bestias. Eran nuestros camaradas, estaban todos, haciendo una ronda, mirando un gran espectáculo, pensé. Alenté a mi primo a seguirme y por fin fuimos parte integra del círculo animal.

– ¡Che Dios Marangatú! – grite. No podía creerlo. Estupefacto era poco. Mi mundo había desaparecido. Mi corazón: hecho polvo, polvo muy fino. Era Culebra a quién todos observaban. Estaba en el centro de la ronda. ¡No!, ¡No!, ¡No!, me repetía una y otra vez sin poder creerlo. En efecto; era Culebra. ¿Qué cómo estaba? Estaba borracho, todo vomitado, todo sucio, con la remera verde de Bestiasunidas. Remera toda vomitada. Una escena repugnante, horrible. Inclusive escuché decir a la vaca – muuuuuuy repugnante – El articulo 741 del Código Conductual de Bestiasunidas dice: “Pobre de aquel animal que sea sorprendido borracho, más pobre si se lo encuentra vomitado, y qué se ataje si en el momento de cometer tal fechoría tenía puesta la remera verde de Bestiasunidas”. Era el fin de mi muy buen amigo Culebra. 10 minutos después se reunió el trío de la muerte, a saber; Garrapata, Ratón y Gusano. 5 minutos de empírica jurisprudencia les tomó resolver la sanción que merecía la ignominiosa conducta de Culebra: El Exilio.

¿Yo?; particularmente quedé muy triste. Con un gran hueco en el alma. ¡Parte de mi alma era Culebra! Pensé toneladas de pasajes, rememoré todo lo que Culebra había aportado a la Sociedad. Estaba apesadumbrado, cierto, pero con una poderosa mezcolanza de rabia e impotencia también. Todo estaba en el Código Conductual, era claro, Culebra infraccionó, pero... ¡qué es un vómito en comparación con todas las obras que hizo esa noble viborita gris! Ya la tristeza evolucionó hasta convertirse en un enojo macro. Esa actitud fue la que me indujo a demostrar lo injusto que fue el Código Conductual de Bestiasunidas en este caso. Hable con Carpincho, con Tapir, con Tatú, hasta con el alegre Pato amarillo tuve que hablar para saber qué ellos pensaban. Inclusive, producto del sentimiento general, concertamos un junta en la Choza de Bestiasunidas. Superfluo es narrar lo entredicho en esa ocasión. Lo esencial es saber que se resolvió conformar esa misma noche, por primera vez, el Tribunal de Honor, porque, como os conté más arriba, nunca dicho órgano tuvo funcionalidad. La intención era traer de vuelta a Culebra, argumentando a Garrapata y a sus secuaces, que la sanción de Culebra no fue conforme a la Ley, y que por ende, tendría que, una vez en funciones el Tribunal de Honor, volver a Bestiasunidas para ser juzgado como corresponde.

Uno de los más duchos en materia de Derecho Positivo era el Perro. Éste, que no había pronunciado ladrido alguno durante la junta, en actitud severa, prorrumpió: – Harta diferencia existe entre la equidad y la justicia amigos míos. Es menester os aclaré que vuestra empresa de incoherente peca. Y si rebosa de pecado es porque, os comento, a nuestro Código Conductual le sobra justicia pero le falta equidad. Dicho Código sanciona el acto tal y como se presenta. A dicho Código no le interesa, o mejor dicho, no le sirve el pasado, el precedente. Si nuestro Código Conductual fuese justo y a la vez equitativo, contemplaría los motivos del hecho, analizaría la conducta del infractor antes del hecho, escucharía la opinión de los miembros de la Sociedad y agotaría todos los recursos que demanda la equidad antes de pronunciarse en un fallo definitivo. También.... – Y antes de que continúe el Perro con su cátedra de Derecho, se vio interrumpido abruptamente por el Mono. – Mucho parloteo, muchos libros para tan pequeña biblioteca, ¡sintetiza!, ¡redondea!, ¡acorta! – No solo el Mono estaba apresurado, yo también lo estaba al igual que toda la junta. La intervención del Perro abogado chocó violentamente con el parecer general de los muchachos. Pero la hostil actitud del Mono no hizo mella en los ánimos del Perro. Y con una irónica, casi picaresca sonrisa dibujada en su semblante, el Perro prosiguió de esta forma: – Para llegar a buen puerto es necesario divorciarse definitivamente de la prisa. Propongo a esta generosa junta que adoptemos a la mesura como guía, pues la injusticia es muy amiga de la impaciencia. Con todo lo expuesto no pretendo más que aclarar algunos puntos subjetivos. Primero: A nuestro Código Conductual, al Código que todos nosotros creamos, no le interesa lo mucho o poco que Culebra hizo por Bestiasunidas. Segundo: Culebra no está con nosotros porque violó, de hito en hito, un Artículo que expresamente sanciona una conducta bochornosa desde todo punto de vista y, tercero: el Tribunal de Honor no puede desconocer, ignorar o malinterpretar el Código Conductual. Sintetizando, redondeando y acortando; Culebra volverá, si señor, volverá, pero nuestro Tribunal de Honor confirmará judicialmente lo que Garrapata y compañía dirimieron extrajudicialmente. Es por ello que apoyo, acompaño y aplaudo la intención de esta noble junta de hacer bien las cosas, pero recomiendo que no os ilusionéis tanto con el retorno de vuestra transgresora Culebra. –

Fulminante, tajante, a quema ropa fue lo dicho por el Perro. Busqué en mis adentros fundamentos válidos para retrucar al Perro, pensé en soluciones, analicé posibilidades pero nada, no halle más que un frío vacío que no podría llenarse con nada. Por suerte el Sapo, que una vez leyó un libro de Introducción al Derecho, al ver que nadie se animaba a rivalizar con el sabio Perro, asumió el rol de contraparte. De un brinco saltó a la mesa que estaba dispuesta en un rincón de la choza y comenzó a susurrar: – Bud-wai-ser, Bud-wai-ser, Bud-wai-ser – Todos miramos al Sapo y en un instante comprendimos su mensaje. ¡Estaba preparando su garganta!. Esto se ponía feo: sería una carnicería. Apenas el Sapo finalizó su ejercicio de dicción, inició su alocución de esta manera: – Casi no puedo contener las lágrimas al escuchar semejante violación a los principios básicos de Derecho. Cuando un árbol se encuentra envenenado ¿Cómo acaban sus frutos?: ¡envenenados pues!. Mi caro amigo el Perro, sin saberlo, acaba de construir un edificio de cincuenta pisos sobre columnas de barro. Su alegato, al igual que el edificio, tienen un futuro común: la destrucción total. Y a diferencia de él, yo no voy a explayarme mas de lo necesario. Hace varios años, en una fría noche, nos reunimos con la intención de sentar las bases de Bestiasunidas. Dijimos que el motor de Bestiasunidas sería un conjunto de varias cosas. No pretendo decir cuales son todos los componentes de ese motor, me conformo mencionado a dos de sus elementos: El Código Conductual y el Tribunal de Honor. Este motor tuvo movilidad, es cierto, pero falto de un componente: El Tribunal de Honor. Señores: este árbol siempre estuvo envenenado y ahora, este Perro necio y terco, pretende que sus frutos sean sanos. Pero que éste Perro desconozca eso no me molesta tanto, lo que sí me exaspera es que ignore completamente la función de un verdadero Tribunal de Honor. Éste Perro habló muy bien y explicó la diferencia que existe entre la justicia y la equidad. Solo que este Perro desconoce que la justicia no sería jamás provechosa sin el necesario auxilio de la equidad. Éste Perro ignora que nuestro Código Conductual representa a la Justicia y el Tribunal de Honor, que jamás existió, representa a la equidad. En un conflicto cualquiera que se suscite en Bestiasunidas, el Código Conductual, que solamente es justo, debe ver el presente, o sea el hecho, y con ello el futuro, o sea la sanción. Pero el Tribunal de Honor, que es pura equidad, tiene la misión de ver el pasado, o sea el precedente, y estudiado a fondo los tres elementos básicos que hacen al Derecho, pasado, presente y futuro, recién fallar. Desconozco absolutamente la suerte que le depara el Tribunal de Honor a Culebra. Es muy probable que la sanción impuesta a Culebra se ratifique. Eso es un hecho. Pero también es un hecho que el Tribunal de Honor, antes de fallar, obligatoriamente tendrá que poner a su izquierda al pasado, en el centro al presente y a la derecha al futuro y con ello abrirse paso en el arduo camino del veredicto final. ¡He dicho!. –  

Antes de iniciar su disertación nadie daba crédito al poco estético Sapo. Después de su disertación quedó como el más bello y sublime animal que existía en Bestiasunidas. Pero en honor a la verdad es necesario mentar que el Perro, muy lejos de quedar con la boca cerrada se mantuvo. Apenas concluyó el Sapo, el Perro envistió nuevamente con todas sus fuerzas. Después el Sapo otra vez y así por mucho tiempo más intercambiaron montañas de jurisprudencia avanzada. Es imposible describir en tan pocas paginas el ambiente que ocasionó tan formidable discusión. La tensión que imperaba en el lugar se disparó a los cielos. Animales que jamás sintieron la necesidad de fumar, esa noche, por vez primera, debutaron en el ámbito de ese terrible cuan despreciable habito.

También se resolvió, en virtud al rigor jurídico, juzgar nuevamente a la Sanguijuela. Pero todos estábamos convencidos de que, al abrir el expediente de Culebra, saltarían de las páginas, cual delfines del mar, las buenas acciones que, nunca, jamás, serían opacadas por la ínfima infracción en la cual incurrió. Y por otro lado se condenaría oficialmente, con propiedad y conforme lo establece la ley, a esa maldita Sanguijuela. Nadie podría imaginar el inmenso dolor que hoy día me causa hablar así de la noble Sanguijuela. ¡Qué ciego estaba!.

Esa misma noche deliberó el Tribunal de Honor de Bestiasunidas. Deliberación a puertas cerradas, claro está. Yo me encontraba un tanto distante de la Choza, aunque no tan distante como para no darme cuenta del arduo trabajo que adentro se gestaba. Era un vaivén de testigos, de pruebas, de documentos, de oficios, de autos, de carpetas. Un desfile de bestias trasuntaba delante de mis ansiosos ojos. En derredor de la Choza de Bestiasunidas, conforme pasaban las horas, se formaba una espesa nube de humo, producto de la fumarola que a su vez era reflejo del nerviosismo que nos embargaba. En un momento dado no pude distinguir si el Tribunal de Honor trataba el caso de mi buen Culebra o de la rufián Sanguijuela.

Ya apuntaba el sol cuando, por fin, se abrieron las endebles puertas de la Choza. Era el fin del suplicio, era renacer de nuevo..., qué sé yo; ¡Era el Paraíso!. Salen los miembros del Tribunal de Honor. Uno de ellos, la Tortuga, tenía un papel en las manos; ¡Era el veredicto!. Sentía como mi corazón amagaba salir por mi boca. Silencio sepulcral. – Chin, chin, – (sonido de grillos). Lenta, muy lentamente la tortuga se aprestaba a leer el veredicto. ¡Quién diablos votó por la Tortuga! pensaba en mis adentros. – El veredicto de este Tribunal es el siguiente – dijo la Tortuga – Se absuelve de toda culpa a la Sanguijuela y se condena a la Silla Eléctrica a Culebra – Exactamente fue eso lo último que escuché antes de caer desmayado. “Se absuelve de toda culpa a la Sanguijuela y se condena a la Silla Eléctrica a Culebra”. Podría olvidar el nombre de mi madre, más nunca el orden de esas palabras.

– La maldita Culebrota nos engañó a todos, si, si – Fue lo primero que escuché al despertar. Era mi pariente el Jabalí quién me lo dijo. Un poco confuso aún le exigí más explicaciones. – Si, si, nos engaño a todos Cerdo. Fue él quién robó los huevos de la pobre Gallinita, fue él. Acabamos de encontrar cáscaras de huevo en su casillero. La muy vil trató de huir, si, si, más, la rápida intervención de algunos camaradas no lo permitió, no, no. La aprehendieron rápidamente y en el acto se ejecutó la pena. La Silla Eléctrica, si, si, quedó toda chamuscada la mentirosa culebrota. También se comprobó fehacientemente que la Culebra violó cuantiosísimos artículos del Código, todo gracias a la escrupulosa investigación de los muchachos del Tribunal de Honor – Cada palabra, cada silaba, cada letra era un baldazo de agua fría. – ¿Y qué pasó con la Sanguijuela? – presuroso cuestioné – La Garrapata le pidió disculpas y a modo de resarcimiento le ofreció un puestito dentro de Bestiasunidas, también le prometió un homenaje donde se lo condecoraría con la E.P.B. (Estrella Púrpura de la Bondad). Pero inexplicablemente no aceptó nada... ¡ni el puestito aceptó la boba!. – 

En esos momentos, una amalgama amorfa de sentimientos se entrecruzaba dentro de mi cabeza. Vergüenza, rabia, ¡Qué tonto fui!. Inmediatamente fui a buscar a la Sanguijuela. Aún no sabía que decirle, pero no importaba, yo quería verla, estar con ella. Cuando por fin la encontré, cuando mis cuatro patas se clavaron frente a su pegajoso cuerpito negro, no atine a decirle nada. Estaba mudo. Solo la miraba. Ella también me miraba. Y fue en ese momento en donde por primera vez observé los ojos de la Sanguijuela. Ver los ojos de la Sanguijuela fue la mejor enseñanza de vida que jamás tuve. Quizá en ese momento no lloré, pero les aseguro que me desangraba por dentro. Después de esos segundos mágicos, en el que los ojos de esa criatura me transportaron a otro mundo, a otro tiempo, solo después le dije cuanto lo sentía. No recibí respuesta alguna. Decidí dejarla sola, sola con su magia. Y cuando volteé para regresar escuché lo siguiente: – ...todos podemos equivocarnos, y eso no está mal, lo malo es no reconocerlo... claro que te perdono Cerdo. – Quise volver tras mis pasos y quedarme allí, con ella, quise ser su amigo y así aprender de ella, pero no. Algo más fuerte me lo impedía. No volteé y me alejé. La deje sola, sola con su magia.

Esto aconteció en la Jungla. No recuerdo el lugar exacto ni tampoco la fecha. Soy un Cerdo un tanto viejo, un tanto huraño, un tanto feo. Hoy pienso que un árbol envenenado no necesariamente está condenado a morir. Reconozco también que aunque falte una pieza, un motor funciona, pero nunca bien. Y por sobre todo pienso que todos podemos juzgar, pero nunca con la certeza de un verdadero Tribunal de Honor.-


THE END

La Lagartija sin fin y el Esqueleto principiante


Busquemos palabras para dimensionar la extraordinaria angustia que atravesaba un murciélago. Este murciélago vivía en el Chaco. Salía de noche a tragar algo de sangre y de día simplemente dormía. Pero esos eran buenos días, días que ya se fueron, pues en los últimos tiempos, de noche, ya ningún ser con algo de sangre se divisaba, por lo cual, haciendo un esfuerzo supremo, el murciélago se aventuraba de día en busca de la tan anhelada sangre. Era cierto, créanlo, volaba de día.

Sus amigos, los demás murciélagos, que también vivían días de estrechez, le decían que era un loco, un suicida, un anormal. Él les trataba de explicar que sí, era cierto, que no era normal, pero que de día también se podía chupar sangre, solo era cuestión de acostumbrarse al brillo del sol y de poner empeño en reconocer a los bichos diurnos que se arrastraban por el suelo. Igual, ellos, sus amigos, no salieron nunca de día, creyendo que era mejor probar suerte de noche, aunque nunca pescasen nada. Fue de esa manera en que todos perecieron, irremediablemente, sumidos en un profundo sueño. Se fueron convirtiendo en bolsas colgadas que poco a poco, a medida que transcurría el tiempo, se volvieron duras y se confundían con los auténticos frutos del árbol que en vida les prestó sus ramas para descansar.

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Un murciélago iba volando mientras miraba abajo, a una lagartija. ¿Qué hacía la lagartija? La lagartija puliendo huesos estaba. El murciélago pensó que alguna oportunidad tendría, que sería presa fácil. Y fue por ello que sin vacilar en picada bajó directo a la lagartija, y cuando ya a punto de atraparla estaba, cuando su terrible boca temblaba de impaciencia y emoción, fue abruptamente asido por un despojo de mano humana, más huesuda que cartilaginosa. Sorprendido se encontraba en poder de la mano, misteriosa mano, pues nunca reparó en su presencia. La lagartija sonreía sin dejar de comer pedacitos de carne dura y rancia. Poco a poco el murciélago reparó en su entorno, y estupefacto descubrió que se trataba de un esqueleto que aún poseía en zonas algo de carne. Trato de hacerse la dormida, y con ello quizá ganar algo de tiempo. La mano aún la poseía; era la mano del esqueleto, esqueleto que estaba siendo despojado de sus ya poquísimas carnes putrefactas, la lagartija era la que lo estaba limpiando. ¿Y qué hacemos con éste? – preguntó el esqueleto. Y la lagartija, sin dejar de comer, aún sonriendo, le respondió – creo que tenés que matarlo - . Y la mano de huesos apretó al murciélago hasta que este dejó de respirar, hecho lo cual dejó caer a su lado el inerte cuerpo. – Tenés que apurarte, quizá la próxima no tenga tantos reflejos... vas a ser presa fácil sin mí – dijo el esqueleto a la lagartija, pero ésta solo se limitó a sonreír como siempre y continuó comiendo los pocos pedazos de carne que le quedaban al esqueleto.

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El indígena nadaba tratando de cruzar el río. Estaba huyendo. Estaba cansado. Había llegado tan lejos que no podría concebir volver a las mazmorras. Su indómito espíritu era el que nadaba, el que huía. Mientras que su cuerpo era el débil, el que deseaba descansar. Apenas llegó a la orilla del río sintió que ya muy cerca se encontraban sus captores, sintió miedo, incluso pensó volver al agua y sumergirse para que no lo vieran. Pero eso era un absurdo, pensó, así que salió del río con todas las pocas energías que le restaban y se metió en la espesura del bosque, y al hacerlo escuchó el ladrido de algunos perros y el trotar de algunos caballos, los escuchó por detrás de él, del otro lado del río. Asumió que la ventaja que llevaba no era mucha, y que su cuerpo no aguantaría un largo periplo, por lo cual, observando lo oscuro de las copas de los árboles, decidió trepar a uno de ellos y quedarse quieto... y aguardar. Así lo hizo, y una vez arriba quieto, muy quieto permaneció. Se percató de que su respirar era muy acelerado y ruidoso, trató de normalizar el ritmo y eso le produjo mareos. Esos mareos lo sumieron en una especie de letargo, droga soñolienta, que al fin lo hizo dormir. Cuando despertó, algunos segundos después, notó con espanto y desesperación que abajo, en el suelo, se encontraban como quince españoles montados en sus respectivos caballos, y muy cerca de ellos una ingente jauría de furiosos perros, que trataban inútilmente trepar el árbol dónde él estaba. Los españoles hablaban entre ellos, mirando al indígena, se encontraban tranquilos, casi alegres, calculando muy lentamente qué hacer con el desafortunado nativo. Uno de ellos resueltamente le apuntó con su carabina, otro rió y luego siguió su ejemplo, hasta que por fin todos, muertos de risa, apuntaron con sus respectivas armas al indígena. El indígena tenía más miedo a los perros que a las carabinas, porque sabía que esas armas mataban rápidamente, sin embargo los perros jugarían con él, y poco a poco llegaría a morir, pero sólo después de sufrir espantosamente. Él quería que le disparasen, ya estaba decidido. Los perros ladrando, los españoles riendo, todo continuó así hasta que una explosión rompió la escena. El indígena cayó al suelo, y aún vivo sintió la envestida de los perros. Él no se resistió, se entregó por completo, cerró los ojos y dejó que los animales le desgarrasen las carnes. Después durmió.

Cuatro meses después despertó. Sin ojos podía ver, sin piel podía sentir...y sin nariz podía oler. Olió y vio mágicamente, se asombró por un momento, pero no se detuvo a pensar en los extraordinarios motivos. Trató de moverse y se movió, y al hacerlo una nube de moscas negras se dispersó. Al notar agarrotado el cuerpo decidió no moverse más. El olor era insoportable, su cuerpo tenía ya cuatro meses de descomposición, y los gusanos rebosaban en su panza y en su cara.

Los españoles decidieron dejar el cuerpo en el mismo sitio donde los perros lo habían acabado. En el lapso de cuatro meses los pájaros, los gusanos, las moscas, las lluvias y el sol casi hicieron desaparecer lo que quedaba del cuerpo del indígena. Ahora era un esqueleto forrado con podredumbre. Esqueleto que ya apenas de alimento servía.

Transcurrió como una hora del despertar del esqueleto. ¿Y qué hizo durante esa hora? Pensar, sólo eso, y después de extraordinarias elucubraciones decidió vivir hasta dónde se le permitiese; reponerse era imposible pero quedarse allí, embotado, aún era peor. Se veía a sí mismo y mucho se deprimía, era tan asqueroso que ya no quería ni mirarse, y de esa manera, aunque sin ojos, con la mirada fija al cielo quedó, pensando y calculando nuevamente.

Un movimiento en los arbustos rompió la monotonía. Era una lagartija. Miró a la lagartija y ésta sonrío. Eso también sorprendió al esqueleto, pues vio que la boca del lagarto era flexible como la boca humana, tan flexible que sin problemas divisó su sonrisa. Vio que el animal se acercaba lentamente, escudriñando a cada paso la novedad. El esqueleto sintió vergüenza de que la lagartija lo vea en ese estado, por lo cual volvió nuevamente la mirada al cielo, y muy triste quedó. – No tengas vergüenza de mí – le dijo la lagartija – A mí me parece que no estas tan mal – Y con eso rápidamente volvió la vista a la lagartija y también le habló, pero después comprendió que no articulaba palabra, que todo era puro pensamiento. Miró nuevamente el cielo hasta que la lagartija le dijo: - Hablá, yo te escucho, yo te entiendo, el sonido no es necesario – En ese momento el esqueleto comprendió que su pensamiento servia para comunicarse con el animal, y sin pensarlo más dijo muchas cosas, le dijo que para él todo eso era algo nuevo, algo extraordinario, le dijo que los españoles lo habían perseguido, y que al fin lo alcanzaron, y que los perros... le dijo que despertó con un nuevo sentir, extraña sensación, en fin, le puso al tanto de todas esas sorprendentes cosas. También le preguntó al lagarto si él podía explicarle lo que estaba aconteciendo, si eso era la muerte, si todos pasaban por eso. Pero la lagartija se limitó a sonreír y le dijo que estaba tan confundido como él, que jamás pensó pasar por eso. Después de algún tiempo, cuando ya absorbieron mejor la realidad, decidieron no separarse, decidieron quedarse juntos y ayudarse mutuamente, sintieron que eso era necesario.

El esqueleto, muy acalambrado aún,  le pidió a la lagartija que le limpiase los huesos, pues de esa manera de seguro más cómodo estaría. Y la lagartija, que ya se había encariñado demasiado con el esqueleto, accedió sin problemas.

La limpieza total fue cuestión de días, pues aunque la lagartija consumió en el pasado de tanto en tanto carne podrida, esa cantidad era demasiado, considerando el tamaño del animal. Pero al fin el esqueleto quedó limpio, lustroso, brillante, muy blanco. – Ya estás listo, sin nada feo encima – le dijo la lagartija apenas terminó de engullir el último resto de carne. Y el esqueleto, que no había amagado movimiento alguno en el proceso, respiró profundo y con una invisible energía trató de levantarse. Lentamente, no sin algo de torpeza, consiguió levantar el tronco, luego, después de meditar algo, pudo al fin pararse y sostenerse. Temblaba y el riesgo de caer era grande. Se sujetó del árbol que hace tiempo atrás le había servido de escondrijo. Poco a poco sus movimientos fueron mejorando, y ya casi era como antes, como en vida, cuando era un indígena. La lagartija, más gorda que nunca, veía con sincera alegría como su nuevo amigo se acostumbraba a su nueva movilidad.

Chaco Boreal, 17 de agosto de 1611.

El esqueleto corría por el bosque teniendo en sus manos a la lagartija. La lagartija como siempre alegre, miraba altiva a las demás criaturas. Sabía que era especial, y que su amigo también lo era. El esqueleto de vez en cuando tropezaba y caía ruidosamente al suelo, asustando con ello a la lagartija, que con un mordiscón le hacía saber su enojo momentáneo. – No corras tanto, que podrías caer sobre una roca y romperte los huesos – le decía la lagartija. Pero el esqueleto era terco, terco y juguetón. Adoraba correr, trepar en los árboles y hacer travesuras. A veces también la lagartija simulaba morir, y cuando el esqueleto lloraba a su lado se despertaba enérgicamente, espantando al esqueleto, que luego le seguía y le gritaba que en verdad la iba a matar. Pero al final siempre los dos quedaban tendidos en el suelo, muertos de risa, abrazados. La vida era perfecta para los dos amigos. Sentían que ya más felices no podían ser.

Chaco Boreal, 6 de junio de 1616.

El esqueleto no dormía nunca, pero como su amigo sí lo hacia, inventó algo parecido al sueño, para acompañarlo y no sentirse sólo. Cuando la lagartija despertaba y se despabilaba, él también lo hacia. Pero llegó un día en que la lagartija no despertó, y como el esqueleto sabía el horario de él, hizo a propósito unos ruidos para despertarlo, pero éste no despertó. Estaba muerto. Cuando lo alzó en sus huesudas manos se dio cuenta por primera vez que la lagartija estaba vieja y marchita. Enterró a la lagartija a lado del árbol dónde él había muerto, dónde él había nacido. Después de enterrarlo subió a la copa del árbol y se acomodó y se durmió.

Pasan los años y de tanto en tanto el esqueleto mira la tumba de su amigo, esperando suceda algo extraordinario.-

ESTO TERMINÓ EL 4 DE JULIO DEL AÑO 2006, SIENDO LAS 02:14 DE LA MADRUGADA.